Persona

He aquí una de las joyas del cine. Quizás la mejor película del querido director sueco (fallecido el año pasado) Ingmar Bergman.Pero no quiero hablar de un valor intrínseco en la obra, sino de ciertas sensaciones que me produce, y me incita a reflexionar sobre ellas. Como siempre en este blog, el requisito mínimo es tener noción del tema abordado (en este caso haber visto la película) para entender de que carajo estoy hablando.
Elizabet consigue escaparse de su vida, de su trabajo, de su familia. Pero su actitud termina resolviéndose en un nuevo papel. El papel que interpreta es el del personaje de la película, y es el único que muestra la película. El personaje se va desgastando, se va debilitando, la película se acerca al final, y cuando ya no queda nada por decir (o por callar), la película (Alma) decide abandonar al personaje.
Alma cumple el rol de enfermera. Por más que entre en crisis, y adopte un papel erróneo, es ella la que termina cuidando y curando a Elizabet, cuya intención de no hablar, parece haberse transformado en una enfermedad. Alma golpea, grita, y vampiriza a Elizabet que obedientemente bebe su sangre. Alma exorciza el papel que adquirió Elizabet, y la deja desprovista de artilugios, pero también desprovista del personaje. Elizabet aparece ahora reflejada en el lente de una cámara cinematográfica.
Las imágenes iniciales, viéndolas en retrospectiva, parecen ser los elementos constituyentes de la formación del personaje de Elizabet. Sobre todo, la escena en la morgue, parece representar la relación que tiene ella con su hijo. Mejor dicho, parece representar la interpretación que hace Alma (en el climax de la simbiosis) de su relación con su hijo. Ella esta muerta por dentro, el niño quiere alcanzar a su madre, la ama. Elizabet no le corresponde y se muestra distante, sale de foco, se aleja.
Sin embargo, también son los elementos principales que constituyen el dispositivo que reina en la película. Una pared funde en un bosque. Todo lo creado por el humano se funde con lo natural. Las mentiras son tan convincentes como las verdades, y un dibujo animado, o hasta un juego de sombras son tan verosímiles como la religión, como la interpretación de Electra, como la interpretación de Elizabet, como la interpretación de Alma.
La película pone palabras donde un personaje las quiere sacar. Crea una simbiosis erótica entre Alma y Elizabet, que llegan al punto de confundirse. Pero Alma no es Elizabet, no puede serlo, no quiere serlo. Alma odia interpretar a Elizabet. Y es Elizabet la que termina interpretándose a sí misma. Creyendo estar desprovista de artilugios, ella es el primer artilugio. Y es la película la que también termina interpretándose a si misma. Es una película que habla de su relato, que se confunde con la historia y con la realidad, que mira hacia fuera, que fotografía al espectador. Los personajes miran hacia fuera, le hablan al espectador (porque ¿quién va a creer que hablan solos?), salen de la pantalla. Los personajes invierten roles, se fuerzan, se enfrentan y se interpretan entre sí fundiéndose en una sola “persona”. En una sola película. Una película que también es interpretación, también es personaje. De esta manera da cuenta de ello. Y la interpretación termina cuando acaba la película (el material fílmico), y decanta la historia, y los personajes, y las palabras, y los extensos monólogos, en los últimos fotogramas del negativo, que se desprende de la máquina. No hay nada más para ver. No hay nada más que decir.

No hay comentarios: