¿Cómo podés odiar una canción tan pequeña?

Lo dijo (o mejor dicho, lo cantó) Lhasa. Y fue algo que me obsesionó -y me obsesiona-, componer una canción breve. Obviamente, nunca lo pude hacer.
Siempre tuve la sensación de que las pequeñas canciones que compuse no eran lo suficientemente breves. Y no creo que tenga que ver directamente con la duración. Es la intención del compositor de volcar una idea demasiado rica en una canción demasiado breve. Puede llegar a ser muy frustrante. El hecho de sentir que no estás diciendo todo lo que tenés que decir. Es el sentimiento oceánico del compositor de querer volver eterno un concepto, de desaparecer los límites de la canción, como si hubiese un loop infinito. Hay canciones que no deberían terminar nunca.
Pero ahí está el paso en falso, creo. El hecho de buscar un límite nos aprisiona al corpus de la obra y no deja trascender su aura. El tomar en cuenta los lugares a los que dispara una canción, nos ata a las provabilidades de proyección que esta tiene. Es el furor interpretativo del compositor el que nos aisla de la riqueza de la interpretación. El tiempo interno de la canción se delimita, se estructura, en estrofas violentamente simétricas. Una y otra vez, la misma música circula por las mismas imagenes, y se vuelve espectatorial, una interpretación cerrada. Y al fin de cuentas: Las canciones no duran para siempre.
A lo mejor hay que olvidarse de la música como una obra, una partitura, una historia. A lo mejor toda la grandilocuencia del componer nos aleja de este único objetivo. A lo mejor, la canción tiene que convertirse en un pedazo de música, una anotación marginal, un pequeño dibujo en una servilleta. La búsqueda de un pequeño haiku musical, sedimentado en algún lugar de la habitación.
No hay obra. No hay canción. Solo un pequeño retrato, listo para disparar hacia cualquier lado. No hay una senda marcada, no hay límites, no hay estructrura. Solo unos pocos versos, soplados en el oído del espectador como una anécdota lejana, contemplativa. Adentrándose sigilosamente en el denso bosque de la interpretación. Como un hombre tirado en el jardín, oliendo la llegada del otoño. O una casa despojada de sus últimos muebles. ¡Silencio! como un domingo. Mientras mis viejos duermen, y yo me escapo a jugar a la pelota.






Infancia:
El viento arrastra
lejos, el silencio
de una siesta al sol,

verano, la pileta
desfile de primas
tiradas en el pasto.

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