Demasiado cerca como para que me veas

Te quiero cantar un vals. Se que es difícil, porque escribo una canción, supuestamente pensando en vos, pero las imágenes que se me disparan no se te atan ni se te pegan. Excelsa de mi vida y mi canción, te movés, con los ojos negros, brillantes como los de un... -no se, no encuentro animal que se te asemeje, que asemeje la destreza y la ignorancia de cada movimiento tuyo- Te quiero cantar un vals, a vos, a tus manos, a tu pelo. Pero rodeada de acórdes te elevás vírgen frente al tacto de mi guitarra en el sagrado monte de venus. Y con las cuerdas te ato a la cama, pero ya no soy yo, ni sos vos. Es una mera ficción, fisuradas figuras firmes, erectas, se quiebran y se descomponen en un papel. No, no es un papel, es una suerte de emulsión de luces de colores. Todo por una canción, y por Barthes, y por Prevert. Accedo a tu cuerpo inmóvil, subconciente, ajeno a mi, teñido por la mortecina luz de un farol distante, inocente, insasiable, intrigado, intrigante, inabarcable. Te cubro con la dulce madera aglomerada, y el eco de tus parpadeos resuena en la caja. Y la luz del alba que ya entró hace horas. Y el despertador que sigue sonando, hasta que cae tu mano encima, destrozando el tedio de bocina del barco que se avalanza, como una bestia amenazante, sobre tu casa, en algún relato onírico.
Y te despertás, y te digo que te quiero cantar un vals. Y me decís que está bien. Y canto mi canción, pero no sos vos, ni soy yo, ni es mi vals. Solo dos acordes, o la reminiscencia de la melodía, o los sedimentos de nuestra historia. De esta historia. En esta noche, en este cuerpo.